Consagración al Corazón de María
Amable y admirable Corazón de María, madre de mi Salvador, postrado(a) a tus pies, en unión(a) a la humildad, la devoción y el amor de todos los corazones del cielo y de la tierra, que te aman, te saludo, te honro, y hoy te escojo como a mi soberana Señora, mi madre querida, la Reina de mi corazón, reconociendo que en el cielo y en la tierra, según Dios, no hay nada más digno de amor y de veneración que tu sagrado Corazón, que es uno con el Corazón de tu Hijo.
Mi deseo más grande y mi más especial devoción es honrar este Corazón, amarlo y pertenecerle totalmente. Por esta razón le ofrezco, le entrego y le CONSAGRO el mío para siempre. Deseo que todos los sentimientos, los afectos, los latidos de mi corazón, las respiraciones y, en general, todo lo que procede de mi corazón sean actos de alabanza, de honor y de amor para tu amable Corazón.
Virgen bondadosa, recibe estos sentimientos de mi corazón y concédeme, por favor, esta gracia, que humildemente te pido: que yo haga parte del grupo de servidores y de hijos de tu Corazón maternal. Sé que no soy digno(a) de este honor ni de esta dignidad; pero también sé que grandes pecadores han acudido a ti y han conseguido estar cerca de tu Corazón lleno de caridad.
Yo confío en que no me vas a rechazar, puesto que te estoy haciendo una declaración solemne de que yo quiero trabajar lo mejor que pueda, con la ayuda de la gracia de Dios, para hacerme digno de este amor por medio de
la imitación de las santas virtudes que adornan tu Corazón, especialmente
la humildad profunda, el gran amor a Dios, la caridad ardiente para el prójimo, el odio implacable al pecado y la perfecta sumisión a la voluntad de
Dios.
Yo espero, Reina de mi corazón, que no rechaces la declaración irrevocable que te acabo de hacer. Acéptala, por favor, e imprime tú misma esos
sentimientos y esas virtudes en el fondo de mi corazón, de modo que este corazón mío sea un vivo retrato del tuyo y del de tu Hijo; que le sea
agradable a él y a ti y que se convierta en el objeto de su amor y del tuyo, y así, mi corazón, animado por su amor, pueda honrar, amar y glorificar el
tuyo en el tiempo y en la eternidad. Es lo único que deseo en este mundo.
Amén.
(San Juan Eudes, OC VIII 540-541)
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