¿Qué puede hacer el cristiano ante la muerte? Responde san Juan Eudes
¡A san Juan
Eudes no se le escapaba nada! Por eso propone muchos ejercicios para hacer en
todos los momentos de nuestra vida. En efecto, es obligación del cristiano
continuar y completar los estados y misterios de Jesucristo en su vida
personal. Y para él, la muerte es uno de estos misterios. Los invitamos a leer
algunas palabras suyas, que iluminan el contexto de la Conmemoración de los
Fieles Difuntos que se celebra en este día.
El santo del
siglo XVII nos propone qué hacer si asistimos a la muerte de alguien:
“Es una
práctica muy recomendable, cuando se asiste a la muerte de algún cristiano,
ponerse de rodillas en el instante preciso en que expira, para adorar la venida
del Hijo de Dios que se hace presente con el fin de juzgarlo en su mismo
cuerpo, en el que permanece hasta el momento en que, por dicho juicio, se le
adjudique el lugar definitivo que le ha de corresponder después de la muerte.
Fácil sería probar la certeza de esta venida de Cristo Nuestro Señor para
juzgarnos a la hora de nuestra muerte con no pocos textos de las Sagradas
Escrituras que hablan de esto, pero no se trata ahora de sentar este dogma
(Cfr. Jn 14,3 y Jn 5,22).
Ahora basta
saber que, si es bueno adorar al Hijo de Dios en el juicio que ejecuta sobre
otras personas en la hora de su muerte, con mayor razón debemos adorarlo con
ocasión del que ejercerá con nosotros en la hora suprema de nuestro
fallecimiento, y, desde ahora, cumplir espontánea y gustosamente los deberes
que entonces tendremos que hacer por obligación imperiosa.”
También, el
fundador de la Congregación de Jesús y María nos propone honrar a Jesús
inclusive en el momento de nuestra muerte:
“Habiendo
querido Nuestro Señor Jesucristo pasar por todos los estados de la vida humana
y mortal a fin de honrar en todos a su Eterno Padre y de bendecirlos y
santificarlos por nosotros, debemos también nosotros desplegar un celo
extraordinario para honrarlo a él en todos esos estados, y para dedicarle los
nuestros del pasado, del presente y del futuro, para honra y gloria de todas
las etapas y circunstancias de su vida terrena. Según esto, después de haberlo
adorado en el último instante de su vida, y de haberle consagrado el último
momento de la nuestra, es natural que lo adoremos ya en su estado de muerte que
se prolongó por tres días, dedicándole con este fin el estado de nuestra
muerte, que ha de durar desde el momento en que ésta se produzca hasta el día
de la resurrección general de la carne.”
Finalmente,
nos propone una oración que nos puede preparar para el momento de nuestra
pascua:
«Buen
Jesús, me abandono totalmente al poder de tu santo amor; te suplico que desde
ahora me reduzcas a un estado de muerte que imite y honre el de tu adorable
Persona. Acaba enteramente en mí, la vida pecadora del viejo Adán y hazme morir
perfectamente al mundo, a mí mismo y a cuanto haya fuera de ti. Mortifica de
tal suerte mis ojos, mis oídos, mi lengua, mis manos, mis pies, mi corazón y
todas las facultades de mi cuerpo y de mi alma, que no pueda ya ni ver, ni oír,
ni hablar, ni gustar, ni actuar, ni caminar, ni amar, ni pensar, ni querer, ni
usar cualquier órgano de mi cuerpo o facultad de mi alma sin contar con tu
querer y con la dirección y movimiento de tu Espíritu Divino».
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