“En la presentación de María estaban presentes siete clases de personas”: San Juan Eudes
Celebramos este 21 de noviembre, la memoria obligatoria de la
Presentación de María.
Hoy es un día especial también para los Eudistas. Para san Juan
Eudes, hoy, cuando se recuerda la presentación de la Madre de Dios, sucedieron
muchas cosas en el Templo de Jerusalén. En efecto, “el motivo principal de esta
solemnidad, es el misterio de su Presentación, que contiene muchas cosas
grandes y maravillosas” (san Juan Eudes, La Infancia Admirable, 229).
El presbítero del siglo XVII nos propone meditar en torno a las
siete clases de personas que están presentes en el momento de la Presentación
de María en el templo:
“Veo, en primer lugar, a la incomparable María, que es la más
excelente persona que hay en el mundo, después de las tres eternas Personas.
En segundo lugar, veo a San Joaquín y a Santa Ana que son las más honorables
personas que hay en la tierra, porque son el padre y la madre de la que ha de
ser la Madre de Dios.
Veo, en tercer lugar, a muchos de sus parientes, amigos y vecinos,
entre los cuales muy probablemente se encuentra San José; porque siendo de la
ciudad de Nazaret, de una misma tribu, pariente, vecino y amigo sin duda de San
Joaquín y Santa Ana, no puede dudarse que tomaría gran parte en su alegría y en
el favor que Dios les hizo, librándoles del oprobio de la esterilidad, y
dándoles una hija, y semejante hija; así como que les acompañaría en el viaje
que hicieron a Jerusalén para presentarla a Dios en el templo.
En cuarto lugar, veo aquí a los sacerdotes del templo, oficiando en
el ejercicio de su ministerio; y entre otros a San Zacarías, que será pronto el
padre del Precursor del Mesías.
En quinto lugar, veo a Santa Ana, la profetisa, alabada en el santo
evangelio por su rara piedad y santidad. Porque tenía ochenta y cuatro años
cuando Nuestro Señor fue presentado en el templo y hacía más de cincuenta que
vivía allí.
En sexto lugar, veo a San Gabriel, el ángel de la guarda de la
Reina de los Ángeles, con todos los ángeles de guarda de San Joaquín, Santa
Ana, San José, de la ciudad de Nazaret, de Jerusalén y de toda la Judea; y
quizás hasta con todos los demás ángeles. Es al menos muy creíble que se
encuentra ahí un gran número de todos los nueve coros que componen el ejército
innumerable de los celestiales espíritus; y me persuade fácilmente que los
ángeles destinados por la divina Providencia a la guarda de las personas que
prevé han de pertenecer particularmente a esta Reina del cielo por una singular
devoción hacia ella, se encuentran en esta solemnidad y toman en ella una parte
muy especial, para comenzar servirla y honrarla en nombre de aquellos de
quienes un día serán ángeles titulares.
En séptimo lugar, veo aquí, con la luz de la fe, a las tres
adorables Personas de la Santísima Trinidad.”
Esta contemplación de las divinas personas lo hace explotar en
oración:
"¡Gran Dios, que haces bajar fuego del cielo para consumir el
sacrificio de Elías, el sacrificio de un buey que te es ofrecido por este santo
profeta! ¿Qué fuegos y qué llamaradas no encenderás hoy sobre el altar de los
sagrados corazones de Joaquín, de Ana y de María, tres corazones que no son
sino un corazón, para consumir la santa víctima que te ofrecen? Por un lado,
veo a esta santa Niña que se presenta, se da, se consagra, se inmola
enteramente y de todo corazón a la gloria de tu divina Majestad; y por otro,
veo que Tú la recibes, la aceptas, te la apropias, tomas posesión de ella, la
unes a tu divinidad, con la más estrecha unión que jamás existió, la colocas en
tu seno y en tu corazón, para prepararla a hacer en ella y por ella las mayores
maravillas de tu omnipotente bondad, para disponerla a ser la Madre de nuestro
Redentor, y a cooperar con él a la obra de nuestra redención; como también a
ser nuestra verdadera Madre, a la que comunicas tu poder, tu sabiduría y tu
bondad, a fin de que pueda, sepa y quiera librarnos de toda clase de males y
colmarnos de toda clase de bienes.
¡Gracias infinitas e inmortales te sean dadas por ello, adorabilísima
Trinidad!
¡Divina Niña, me doy a ti con todo mi corazón! ¡Emplea tú misma el
gran poder que Dios te ha dado para tomar entera y perfecta posesión de mí, a
fin de presentarme e inmolarme contigo en honor y gloria de la santísima Trinidad!"
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