¿Por qué nos bautizan en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo? Responde san Juan Eudes
El 16 de noviembre, día del bautismo de san Juan Eudes, les
proponemos una meditación del santo francés sobre este sacramento.
“Somos
bautizados por nuestro Señor Jesucristo, pero en el nombre y la virtud de la Santísima
Trinidad. Porque las tres divinas personas están presentes en el santo bautismo
de una manera muy especial.
Se
halla presente el Padre, engendrando a su Hijo en nosotros y a nosotros en su
Hijo, es decir, confiriendo a su Hijo un nuevo ser y una nueva vida en nosotros
y a nosotros en Él.
Está
presente el Hijo, que comienza a nacer y vivir en nosotros, y nos comunica su
filiación divina, por la cual llegamos a ser, como Él, hijos de Dios.
Está
presente el Espíritu Santo, formando a Jesús en nosotros como lo formó en las
entrañas de la Virgen María.
Todos
tres están presentes para separarnos de todas las cosas, para agregarnos y
consagrarnos a ellos, para imprimir su sello y su imagen en nosotros, para
establecer en nosotros su morada, su gloria, su reino y su vida. Y si nuestros
pecados no lo impiden, las tres divinas personas permanecen siempre en
nosotros, procurándose mutuamente una gloria inefable, reinando y viviendo en
nuestros corazones.
Por
eso también pertenecemos a Dios por estar enteramente consagrados a Él, y
debemos emplear nuestra vida únicamente en su servicio y para su gloria.
Te
adoro, Trinidad santa, en tu divina esencia y en tus tres personas eternas; te
adoro presente en mi bautismo, con los designios que entonces tuviste sobre mí.
Te pido perdón por los obstáculos que he puesto a ellos. En satisfacción te
ofrezco la vida, acciones y sufrimientos de mi Señor Jesús y de su santísima
madre. Me doy a Ti, Trinidad divina, para cumplir tus designios. Ven a mí, a mi
corazón y a mi alma, y sepárame de todo lo que existe fuera de Ti. Atráeme a
Ti, vive y reina en mí, aniquila todo lo que en mí te desagrade, para que todos
los actos de mi ser y de mi vida estén consagrados únicamente a tu gloria.
Salvador mío, sepárame de mí mismo y de todo lo que hay fuera de Ti, para
unirme e incorporarme a Ti. Despójame de mí mismo y de todas las cosas para
llenarme de Ti y establecerte en mí. Haz de mí una imagen perfecta de ti como Tú
eres la imagen perfectísima de tu Padre.
Concédeme
participar en el amor filial que tú tienes por tu Padre, puesto que también es
el mío. Haz que yo viva de tu vida santa y perfecta, digna de Dios, pues me has
hecho participar de tu naturaleza divina. Que me revista de tal manera de Ti,
de tus cualidades, perfecciones, virtudes y disposiciones y me transforme de
tal manera en Ti, que no descubran en mí sino a Ti, tu vida, tu humildad, tu
mansedumbre, tu caridad, tu amor, tu espíritu, ya que has querido que yo te
continúe sobre la tierra.”
(San Juan Eudes, Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas 7,
9. 14. 15: O.C. I, 510. 517. 518.)
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